La berrea, banda sonora del otoño en Extremadura

La berrea en Extremadura es un espectáculo tan bello como efímero porque apenas se puede disfrutar un mes, entre el final del verano y el comienzo del otoño. Es desde mediados de septiembre a mediados de octubre cuando los ciervos, corzos y gamos entran en celo y hacen sonar su bronco bramido para atraer hembras con las que aparearse. Cuantas más, mejor.

Extremadura. ©Carlos Criado Fotografía
Extremadura. ©Carlos Criado Fotografía

“El venao, con el lomo mojao”, es un dicho muy popular en el mundo rural extremeño para referirse a este fenómeno que en función de la climatología puede adelantarse o retrasarse.

La lluvia acelera el proceso hormonal de los cérvidos, que alzan la garganta al cielo buscando alcanzar el máximo eco de su bramido.  El amanecer y el atardecer son los mejores momentos del día para escuchar ese asombroso sonido que hace retumbar la dehesa y las zonas de bosque extremeñas.

Extremadura. ©Carlos Criado Fotografía
Extremadura. ©Carlos Criado Fotografía

Es emocionante también escuchar el choque de las cuernas al que recurren cuando aparece un contrincante y no queda más remedio que pelear para hacerse valer como el más fuerte. Una ardua tarea que hace que algunos ejemplares pierdan mucho peso, y no son infrecuentes las estocadas e incluso la muerte de algunos de los ejemplares en estas batallas campales.

Ser espectador de este fenómeno de la naturaleza es todo un privilegio. Las reservas de la biosfera de Monfragüe, Tajo-Tejo Internacional y La Siberia son recomendables opciones, además del Geoparque Mundial Villuercas-Ibores-Jara, las sierras de San Pedro y Tentudía o la Reserva Regional de Caza del Cíjara. También las comarcas del norte extremeño como el Valle del Jerte, el Valle del Ambroz, Las Hurdes, Sierra de Gata y Tierras de Granadilla, son sitios estratégicos para disfrutar de la berrea en Extremadura.

Extremadura. ©Carlos Criado Fotografía
Extremadura. ©Carlos Criado Fotografía

Son escenarios excelentes para desconectar y fundirse con la naturaleza, inmersos en propiedades singulares como casonas y cortijos en fincas ganaderas, de caza o de recreo en los que basta abrir puertas y ventanas para respirar y escuchar, no solo la berrea sino también el silencio.